REMENTERIA, Pintor

¿Puede el artista salir a la palestra sin más armas que su propia inspiración? ¿Se es real­mente artista sólo porque se quiere? Que con ello hay ya mucho camino andado está fuera de toda duda, y posiblemente lo mejor del camino. Pero algo hay que darle al trabajo, al esfuerzo, al estudio.

Bien se puede aplicar a Rementeria. Lo que en su pintura hay de más valioso, está des­de su existencia afincado en las fibras sensibles del espíritu. El sentido de la exquisitez no lo ha aprendido en ningún sitio, lo mismo que otros pintores se han expresado con lo áspero. Pero tras ello asoman muchas horas de preparación, de estudio paciente, de análisis del sujeto. Has­ta diría que en el obrar de Rementeria hay despaciosa, regustada calma. No es de esos pinto­res que cubren lienzos en minutos, no sé, si tanto por evitar que se pierda la chispa como por acrecentar una superficie pintada que se traduce en dinero.
A sus pinceles ha llegado lo novedoso de nuestro tiempo, pero en el fondo su pintura tra­duce el peso glorioso de una tradición. Sin dificultad se pueden evocar antecedentes en nuestra escuela pictórica. ¿Qué más que el bodegón? Su misma manera de concebirle, sin glotonería, procurando expresar la conciencia viva de los objetos. Es igual que nos refiramos a esos bode­gones de temática vascongada, como a esos otros en que esparce su ruido sordo la cacerola o dispara sus efluvios de sequedad el recipiente de barro. Bodegón sin intención de salir del ám­bito de la cocina, la despensa o el viejo comedor lugareño. Mesa de palo, mantel de lienzo, arru­gado, ajos, maíz, pimientos, recipientes de tahona, y su ascendiente no lejano: Meléndez; pero, a lo Rementeria.
Mas el pintor ha salido al campo. Los verdes sonoros de la montaña vascongada, pero también las tierras, cuajadas de surcos pardos, de cielos lejanos. Tierras encadiladas con el sol ya hacia su lecho, oro en el verano, gris en la otoñada, el Eterno siempre en su solemne des­nudez.
Y luego la voluble silueta del agua. Brujas. Zumaya. Castro Urdíales: el río, el mar, el agua siempre en primer término. Así se produce un torrente de destellos, de pinceladas tintineantes. Tal vez impresionismo, pero también tradición más lejana, la de la vieja pintura holandesa del siglo XVII. El agua nos separa de la austeridad cromática meseteña. Es ya el Norte, con sus at­mósferas húmedas, su cabriolante cromatismo.
Más comprometido aún el área del retrato, verdadera especialidad de Rementeria. Pie­dra de toque de todo pintor. No hay escapatoria. El modelo exige. Piénsese además que los per­sonajes son más frecuentemente femeninos. Del parecido no hay que dudar- ahí están el padre y las mujeres del artista. ¿De qué serviría un retrato sin referencias a lo real? El retrato es o no es. Pero al modelo hay que descubrirlo, estudiar sus costumbres, sus ademanes. Entonces le en­contraremos natural. Y ello no está reñido con una de las mejores condiciones del retrato de Rementeria: la elegancia. También las cosas vienen de atrás: la gran escuela inglesa del siglo xvm.
He aquí lo esencial de Rementeria. su modernidad, pero haciendo presente lo que hay de eterno y duradero en la gran pintura del Pasado.

JUAN JOSÉ MARTÍN GONZÁLEZ
(Catedrático de Historia del Arte)

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